[quote:kajutm9r] [size=75:kajutm9r]ELPAIS.com[/size:kajutm9r]
[size=100:kajutm9r][b:kajutm9r]Y0 QUEMÉ UN MILLÓN DE LIBRAS[/b:kajutm9r][/size:kajutm9r]
[size=75:kajutm9r]CÉSAR ESTABIEL 29/08/2008 [/size:kajutm9r]
Bill Drummond fundó The KLF sólo para demostrar lo fácil que era hacerse millonario con la música. Después redujo sus ganancias a cenizas. Literalmente. Hoy es crítico de arte y ha publicado un libro, 17, para desenmascarar las miserias de la industria.
EN 1991 nadie vendió más discos que Bill Drummond (Butterworth, 1953). Dos años antes había redactado un libro de título premonitorio, El camino más fácil para llegar a ser número uno. Aunque todo parecía indicarlo, no era una broma. Pero para demostrar su supuesta viabilidad, Drummond debía llevar sus teorías a la práctica. Una misión que requería un nombre con pegada, una escena musical que reventar y un par de sencillos demoledores. “Con mi socio Jimmy Cauty venía de construir un modelo inglés para el hip-hop. Nos llamamos The Justified Ancients of Mu-Mu, y sampleábamos todo lo que se nos ponía a tiro. A mediados de los ochenta, el hip-hop era la única escena conectada con la realidad; el resto de estilos eran simples evasiones. Pero mi interés por él se apagó cuando descubrí el house de Chicago”, revela desde su casa en Newcastle.
A este surafricano de origen escocés le cegó entonces el poder de movilización del naciente acid-house. Las raves empezaban a aglutinar más gente que cualquier manifestación rock. Ya tenía el espacio donde aplicar sus teorías ganadoras. Las siglas KLF (Kopyright Liberation Front) sonaban contundentes. Sólo le faltaba el material, un disco lleno de éxitos. The white room (1991) lo fue, y convirtió a Drummond en un visionario con los bolsillos llenos. Prueba superada y mutis por el foro.
“Una vez cumplida la misión, la música dejó de interesarme. La había vivido desde todos sus ángulos y me aburría soberanamente cómo funcionaba este tinglado”. Efectivamente, Drummond fue patrón y marinero. Participó del punk sin demasiada convicción (con su grupo, Big in Japan), fundó una compañía independiente (Zoo Records) con la intención de comerse el mundo, y terminó de aburrirse ejerciendo de A&R para Warner. Aquellas peripecias musicales sólo son una pequeña parte de lo recopilado en 17 (Penkiln Burn), el libro que acaba de publicar (aún sin traducción al castellano). “Se trata de un diario en el que recojo mis experiencias en la música y expongo mis opiniones sobre el mundo del arte en general”. Eso incluye reflexiones sobre el origen del rock and roll, la filosofía autodidacta del punk, la democratización que llegó con los ordenadores, el diseño de los números uno, las raves o el rapto del arte por la clase acomodada. Nada con un poso sociológico escapa al ojo crítico de este artista multidisciplinar que se ha negado a ejercer de espectador. Con el título de su último libro surge la pregunta: ¿y por qué 17? “Tenía apenas 10 años cuando escuché en la radio un rock and roll que decía: ‘Ella tenía 17 años/ ya sabes lo que quiero decirÂ’. ¡Pero yo no tenía ni idea de lo que quería decir! Aquella incertidumbre me persiguió durante años, hasta que tuve la edad suficiente para entenderlo. Los 16 son frívolos, tienen algo de sexy, pero no mala intención, y a los 18 años ya puedes votar, enrolarte en el ejército y responder por tus crímenes. Los 17 representan esa edad intermedia entre la inocencia y el compromiso real, el número idóneo para consolidar la imaginación, algo que la música moderna perdió hace ya tiempo”.
Tres bombardear las listas con The KLF, Drummond se alejó de los focos. Se divorció de la música, pero siguió atraído por la popularidad. Sus reapariciones fueron sonadas. La más célebre, aquel día de 1994 en el que convocó a la prensa en un acantilado escocés para proceder a la quema de un millón de libras, una parte de los royalties que le había sacado a la industria. ¿Eran verdaderos los billetes? Una curiosidad poco profesional merecía una respuesta a la altura: “La prensa siempre se centra en la anécdota”. Pero gracias a sucesos como aquél, la revista Select le nombró “artista pop más cool” en una lista de 100 en la que no faltaban Elvis Presley, Kurt Cobain o Johnny Rotten.
Aún hoy le persigue la hazaña de The KLF, por mucho que en su momento destruyera el master de la grabación para impedir indeseadas exhumaciones. En los años siguientes, Drummond reforzó sus conocimientos sobre arte. En sus colaboraciones para el diario británico The Guardian se ha hecho un nombre como incómodo comentarista artístico desvelando las contradicciones sobre las que se ha ido edificando la crítica. “Por entonces ya había dejado de escuchar música, pero cuanto menos escuchaba más reflexionaba sobre ella. Hace tres años promoví el Día Anual sin Música. Parece que todo el mundo tiene mil motivos para ponerse una canción en un momento dado, pero seguro que cada uno de nosotros tiene una razón para dejar de escuchar música. Mi idea es ir recopilándolas para hacer algo sólido de lo que algunos pensarán que es una simple provocación.”
17 está editado en Penkiln Burn. http://www.the17.org
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