Sin embargo, ahora que vivimos un 2020 incierto e injusto, en el que vivimos consumidos por la explotación y acumulación del monstruo capitalista que ya se ha cargado el futuro del planeta a través de la catástrofe del cambio climático, y al mismo tiempo estamos inmersos en una crisis sanitaria global que es un subproducto de su insaciable depredación, no podemos evitar mirar hacia atrás con cierta nostalgia a un pasado que nos ofrecía alternativas distintas. Los jóvenes de esta generación volvemos a leer a Marx buscando respuestas, y gracias a la revolución del Internet, podemos ver imágenes, sonidos y testimonios de aquellos años en …œla otra mitad… del mundo.
Pero sí que existió un rico intercambio musical entre Este y Oeste, incluso en medio de este conflicto. Siempre existieron esos aventureros apasionados que traficaban discos y cintas a ambos extremos de la cortina de hierro; valientes llaneros de la clandestinidad que arriesgaban la libertad y hasta la vida en la sagrada labor de compartir la mejor música de los distintos géneros y movimientos de la era. Si no fuese por estos héroes, no podríamos explicar la trayectoria de un músico soviético tan informado del underground del rock y el jazz americano y europeo como lo fue el ucraniano Yuri Morozov.
Morozov fue un músico que hizo de todo; conocedor y proveniente de una escena de la experimentación académica heredera de la música concreta e influenciada por Stockhausen, Morozov también podía colgarse una guitarra y perderse por los rincones más heavy de la psicodelia, pero el núcleo de sus esfuerzos siempre fue el jazz. «Ð”жаз ночью» [«Jazz at Night»], de 1978, es considerada su obra cumbre, un álbum que fusiona las músicas llegadas de la América negra con la innovación sónica de la U.R.S.S, e incluso con matices de Medio Oriente y la vasta estepa centroasiática islámica.
Podríamos describir a este disco como una amalgama entre la era …œJack Johnson… de Miles Davis, en que el estadounidense exploraba el frenesí del rock & roll y la urbanidad decadente del funk, y la improvisación libre pasada por decenas de filtros lisérgicos y guitarras ruidosas. El tema de inicio, el que da nombre al material, es la mejor muestra de ello, con un Morozov que oscila entre la dopada devoción bluesera de Hendrix y las texturas aullantes y abrasivas de un Sonny Sharrock o un James Blood Ulmer. Posteriormente, en temas como «Ð›Ð¾Ð¼ 8» y  «Ð¡Ð»ÑƒÐ¶ÐµÐ½Ð¸Ðµ темноте», se aprecia un mayor protagonismo del bajo, que provee de una fundación pesada que alimenta la agresión de Morozov. Su tono oscuro y ominoso camina junto a la guitarra en riffs Zeppelinescos que nos remiten a un metal primigenio cocinado a principios de la década. De ahí llega «15/8» que explora la métrica rítmica del mismo nombre, y al par de minutos nos dirige a «Ð’оÑточный тетраптих», por mucho el tema más brillante del álbum, una suite con sabor a Oriente pero con la estructura del mejor progresivo sinfónico que se puede imaginar. Este nos deja al final un riff majestuoso y memorable.
«Ð”жаз ночью» [«Jazz at Night»] es uno de esos trabajos que sorprende tanto por su ejecución y calidad musical, como por su propia aparición. El disco era muy codiciado desde su salida original, pero debido a las restricciones antes mencionadas, solo unas pocas copias circularon en Occidente …” y estas valen muchísima pasta, por cierto. Yuri Morozov seguiría haciendo música hasta su muerte en 2006, siempre buscando nuevos horizontes musicales, colaborando con bandas de generaciones posteriores y produciendo decenas de discos muy sólidos. Su discografía completa sigue siendo difícil de encontrar en formato físico, pero mucha de ella está rondando por las redes, así que si quieres entrar al complejo universo de este genio de la extinta Unión Soviética, este es un excelente punto de partida.