Todo eso retrasó el lanzamiento de su primer álbum, «Climbing The Walls», que salió por fin en 1989 y que, aunque no aportaba nada nuevo al género, llegó a alcanzar cierto éxito y tenía algunos temas interesantes. La cosa se puso realmente seria un par de años más tarde, con la edición de este «3-D» que nos ocupa. Un disco que ya desde su portada auguraba algo nuevo: el logo se había estilizado y la ilustración estaba más cerca del concepto que bandas como Rush o Pink Floyd habían usado anteriormente que del tono más agresivo de la mayor parte de las portadas de álbumes de thrash de los ochenta.
«3-D» da comienzo con la canción que da título al disco, donde ya encontramos muchos de los elementos que dominarán duran los más de cincuenta minutos siguientes: riffs acertados, solos frenéticos, cambios de ritmo continuos y la áspera y seca voz de Brad Divens. Con «Spy» tenemos una curiosa síntesis de swing y thrash, aunque más tarde en la instrumental «Prego» vamos a encontrar algo de jazz. En ambas vemos que, aunque «3-D» no llegó a tener la repercusión de otros álbumes de la época, estaba en muchos momentos en la misma línea que «Focus» de Cynic, o «Unquestionable Presence» de Atheist. A partir de aquí vamos a escuchar casi de todo: amenazadores medios tiempos, como en «Gentleman Death», guitarras acústicas que se transforman casi en clásicas, como en «Desert Grins», el blues jocoso en la versión de Albert Collins «I Ain…™t Drunk» e, incluso, un corte lento que recuerda a temas como «Soulitude» de Overkill o «Trail Of Tears» de Testament.
Como ya hemos visto en esta misma sección y en otros casos, aquellos primeros noventa no fueron años propicios para el rock más duro y mucho menos para un thrash demasiado cercano a la experimentación y que parecía encontrarse en aquellos años en plena revolución, así que estos tipos decidieron cambiarse de nombre y apostar por un nuevo enfoque estilístico, pasando a ser conocidos como Souls At Zero. Bajo ese nombre y nueva imagen consiguieron sacar un par de discos más y un EP. Pero eso ya sería otra historia.
Texto: Juan Manuel Vilches