Gallows – Desolation Sounds (2015)

Olvida todo lo que conocías de Gallows hasta ahora, ellos ya lo han hecho. Es la mejor recomendación que le podría hacer a alguien que se disponga a escuchar el cuarto trabajo de los ingleses, ¿no puedes? No nos extraña, «Desolation Sounds» también nos provoca sentimientos enfrentados.

La banda de Watford ya no es la banda que todos conocimos y amamos con «Grey Britain», personalmente, el alfa y el omega del grupo. Primero fue la ruptura de su millonario contrato con una major como Warner, donde parecía que se iban a comer el mundo, le siguió la marcha del carismático cantante Frank Carter para montar una banda indie (en el golpe de efecto más grande desde que el arbusto en llamas hablara al guitarra de Korn) y tras el fichaje del canadiense Wade MacNeil (Alexisonfire) y un homónimo disco, Stephen Carter decidió abandonar también el barco para centrarse en su otra banda, The Ghost Riders In The Sky. No solo eso, la gracia de Gallows no era que sonasen más rápido ni más alto que nadie, sino que conseguían llevar el típico punk inglés corrosivo y crítico con la sociedad a sonidos más actuales. Todo eso se perdió con su tercer trabajo a pesar de tener algún tema resultón.

Pero estamos en 2015 y el (ahora) cuarteto no ha arrojado la toalla. Más que arriesgarse, han decidido dejar de mirar al pasado, de hecho, no mirar a ninguna parte y editar un disco muy personal en lo que, de momento, parece ser todo un acierto. Wade MacNeil ha ampliado sus registros vocales y se ha apartado de los vicios adquiridos en sus anteriores experiencias, y la banda sin levantar el pie del acelerador demasiado ha adquirido unos tintes más oscuros hasta el punto de parafrasear a Aleister Crowley. La inicial y hardcoreta «Mystic Death» es un espejismo comparado con la mayoría de temas que le siguen, con cortes como «Chains» (donde colabora Helena Coan, la cantante de Dios Mio), «Desolation Sounds» (un lago del oeste de Canadá, por cierto), «Bonfire Season» (con un riff que podrían haber firmado los mismísimos Paradise Lost), «Death Valley Blue» (lo más radiable que han compuesto nunca) o la melodramática «Cease to exist».