Formados a finales de la década de los setenta, la banda grabó un par de demos en los primeros ochenta, aunque no fue hasta 1984 cuando por fin pudieron meterse en el estudio para grabar el que fue su primer trabajo y único hasta la fecha. Sin embargo, y como en otras ocasiones, un solo disco puede ser suficiente para ser recordados, si éste tiene buenas composiciones y está bien ejecutado, como es el caso que aquí nos ocupa. Heavy metal de la época con algo de punk es lo que nos ofrecen Black Death, aunque con una ventaja principal con respecto a mucha de las formaciones de su época: un vocalista absolutamente excepcional (Siki Spacek) capaz de alcanzar registros similares a los de King Diamond y con una enorme variedad de matices.
Aunque no es complicado encontrar parecidos con los primeros trabajos de bandas como Manowar, Manilla Road, Cirith Ungol, Iron Maiden e, incluso, algo de Celtic Frost, lo cierto es que esta gente se presenta en un primer álbum con una madurez compositiva poco habitual. En «The Hunger», Phil Bullard (tristemente fallecido en 2008) le da un giro a los habituales recursos rítmicos del género y en «Fear No Evil» no dudan en prescindir de la velocidad durante un primer minuto y medio épico. «The Scream Of The Iron Messiah» se acerca mucho a lo que por aquel entonces estaban haciendo Judas Priest en discos como «Screaming For Vengeance» y «Defenders Of The Faith», aunque con un caótico y frenético desarrollo. Para el final se reservan la composición más extensa -de unos nueve minutos-, que lleva el nombre de la banda y que tiene unos últimos minutos en los que, con un gran trabajo de las guitarras, la banda demuestra que también sabe plantear momentos más complejos y desarrollados.
Aunque el álbum original consta de tan sólo siete temas, es recomendable hacerse con la reedición que incluye cinco más, que incluye temas que fueron únicamente editados en un single y en la recopilación «Cleveland Metal» de 1983. Un complemento para unos cuarenta minutos llenos de actitud y entusiasmo en los que el color de la piel de los músicos no es más que una anécdota.
Texto: Juan Manuel Vilches